Elliot pisó a fondo el acelerador. Los focos de su automóvil taladraban la oscuridad de la desierta carretera. «¿Por qué tanta prisa?», pensó. —Todos los que huyen tienen prisa —se dijo a sà mismo. ¿Pero de qué huÃa? —Acaso de mà mismoÂ…, de todo lo que me rodeaÂ…