Eran cerca de las ocho de la mañana cuando el hombre de las gafas entró en el Banco. Era Pierre Delorme, el cajero de la sucursal. Llegaba puntual como siempre, el primero de todos. Un empleado modelo, el más antiguo de la sucursal, un cajero respetable y respetado. Fue hacia el vestuario para cambiar su chaqueta por otra más vieja y se dirigió a la garita tras la cual atendÃa los ingresos y los pagos. También se encargaba de los libros, que alguna que otra vez tenÃa que llevarse a casa para completar su trabajo de empleado modelo. Dentro de poco llegarÃa el director, abrirÃa la caja y le entregarÃa el dinero para las operaciones del dÃa. Pierre tenÃa un aspecto completamente normal.