EL banco no era más que una pequeña sucursal de barrio, sumergida entre dos altos edificios de aspecto deprimente. Los escaparates de varias manzanas habÃan saltado por los aires y los cristales de las viviendas se habÃan unido solidariamente al festival de destrozos que sucedió al estallido. La sucursal bancaria sólo era un montÃculo de escombros, muebles y materiales humeantes, y los bomberos observaban las consecuencias de la explosió como si estuviesen en presencia de un milagro. —Los edificios contiguos han detenido la mayor parte de la onda expansiva —aseguró el jefe de los bomberos a un periodista de ojos enrojecidos por la falta de sueño. Varios coches de la policÃa del distrito cerraban las dos esquinas impidiendo el paso vehicular y peatonal entre la aciaga perspectiva de que alguna vivienda, estremecida en sus viejos cimientos por la violencia de la carga explosiva, decidiera tardÃamente convertirse en un despojo arquitectóico.