Los trenes pasaban trepidantes; temblaban las paredes y retumbaban las ventanas; la oscuridad iba penetrando en el cuarto, una oscuridad parda, lúgubre, gélida, y Josio seguÃa fantaseando erráticamente por lejanos paÃses, por mares inabarcables, por ciudades magnÃficas y prodigios inefables.
Josio trabaja como vendedor de billetes en una estación de tren de provincias y, como de costumbre, permanece ante la ventanilla absorto en esta labor monótona y cotidiana: escucha las demandas, alcanza los billetes desde un estrecho compartimiento, los sella, los entrega, recoge el dinero y devuelve el cambio. Y lo hace rápida y aplomadamente, con una gran parquedad de movimientos, como un autómata, mientras, ahogado por el traqueteo de los trenes, consigue olvidarse paulatinamente de sà mismo y construye castillos en el aire.
Su principal sueño: viajar, tiene que viajar. No siempre ha sido vendedor de billetes.