La debilidad por pérdida de sangre hacÃa presa en él y todas las imágenes se confundÃan. VeÃa mal, borroso y hasta doble. AsÃ, vio cómo la calavera se multiplicaba en sus retinas.
Miró hacia el exterior del ventanuco y allà estaba el cielo, un cielo encapotado y negro, pero un cielo que pretendÃa alcanzar con sus manos cuyos dedos se curvaban como garfios tratando de asir el pequeño alféizar para escapar de la buhardilla.
No habrÃa de conseguir la salvación, pues cayó sobre los cristales rotos donde fue debilitándose mientras la sangre escapaba de su cuerpo y se encharcaba a su alrededor. Ya no veÃa aquella calavera que él parecÃa haber sacado del infierno, pero sà seguÃa escuchando su siniestra e infrahumana carcajada, como si hubiera de acompañarle a las más profundas e ignotas simas del averno.