Todas las puertas y ventanas del palacete permanecÃan cerradas y las gruesas y tupidas cortinas, corridas, de forma que mirado desde el exterior se veÃa tan oscuro que cualquiera podÃa pensar que se hallaba deshabitado; sin embargo, no era asÃ. El palacete de la duquesa Carla Giacomonova era un ascua de luces, candelabros y arañas encendidas, cientos de velas que llameaban, velas todas ellas rojas mientras en el gran salón sonaban carcajadas y voces, cuchicheos, interjecciones soeces, casi brutales, que arrancaban más carcajadas.