«Aquella cabeza reducida, cosida por las comisuras de los labios, con los ojos abiertos, les miraba horriblemente, con la larga aguja brotando de su boca.
Los dos sepultureros, avezados a todo, quedaron estupefactos.
HabÃan visto cadáveres corrompidos, calaveras con restos de carne, habÃan visto lo que a cualquier ser humano le harÃa vomitar impidiéndole dormir en mucho tiempo, pero aquello no lo comprendÃan».