Erika, que aún podÃa ver gracias a la escasÃsima luz morada que iluminaba el interior del coche, pudo ver varias calaveras, eran las mariposas gigantes.
Todo tenÃa que ser una pesadilla alucinante, algo extraña e incomprensible. No podÃan existir semejantes mariposas gigantes, con cabezas de calavera y largas antenas prismáticas que se movÃan como buscando ondas que captar.
Los macabros insectos lepidópteros que rodeaban el coche comenzaron a empujarlo poco a pocoÂ… Erika, aterrada, se vio trasladada dentro del vehÃculo hasta que llegaron a una pendiente y el auto se deslizó más aprisa. Las mariposas quedaron atrás, con las alas desplegadas.
El coche cayó al fin sobre una ciénaga y comenzó a hundirse lentamente. Erika apenas se daba cuenta de ello y tenÃa la impresión de hallarse sobre un bote en medio de un lago. No tardó en ver que el barro subÃa y subÃa. Quiso abrir las portezuelas y ya no pudo.
Se fue hundiendo inexorablemente, como encerrada dentro de un ataúd de lujo del que no podÃa escapar. Desesperada, comenzó a golpear los cristales y el techo mientras un buen número de mariposas de la muerte revoloteaban en torno a su cuerpo desnudo.