Sólo veÃa al jinete iluminado por la antorcha y su aspecto era fantasmagórico. Bianca no entendÃa nada, absolutamente nada. QuerÃa huir, saltar de la piedra a la que se habÃa subido y que más parecÃa un altar, un extraño altar que de pronto comenzó a girar.
Bianca intentó guardar el equilibrio, pero al girar cada vez más de prisa, cayó de rodillas encogida sobre sà misma mientras resonaban en sus oÃdos las extrañas palabras del infernal jinete que seguÃa orando, casi exigiendo algo con su voz potente que hallaba ecos lúgubres en la gran nave en que se hallaban.
Bianca se sentÃa cada vez más y más aturdida. Cerró los ojos mientras sus dientes castañeteaban, ya no sabÃa si de miedo o terror.
De pronto, el jinete arrojó la antorcha contra la piedra. El entorno de la piedra se inflamó rápidamente.
Bianca, rodeada por el fuego y dando vueltas sobre la plataforma pétrea que giraba y giraba, llegó al paroxismo de su espanto. A ráfagas y a través de las llamas podÃa ver el rostro metálico de aquel ser que seguÃa lanzando palabras que la joven no entendÃa.
El frÃo dio paso al calor y comenzó a sentir que se quemaba, que ardÃa. Gritó, gritó, gritó…