«Su boca, de ostensibles dientes, estaba manchada de sangre.
Mc
Simons siempre se habÃa dicho a sà mismo que podrÃa ser un buen agente porque carecÃa de miedo, pero en aquella ocasión, observado por unos ojos sin pupilas, sintió un terrible escalofrÃo por todo el espinazo que, de inmediato, le produjo un sudor frÃo que empapó la ropa en su espalda.
Ya jamás podrÃa decirle a nadie que no conocÃa el miedo».