Alfanhuà tiene los ojos amarillos como el alcaraván. Era, de chico, amigo de los lagartos, pero también del gallo de una veleta que le enseñó muchas cosas sobre los colores. Después estudió con un taxidermista que tenÃa una criada que un dÃa se puso verde y se murió. Alfanhuà es el espectador itinerante de hombres extraños pero reales. Él vive las aventuras sin inmutarse, adaptándolas a una cotidianeidad fantástica en la que lo estridente no existe. Entre andanza y andanza crece más sabio y quizás más triste. Lo que le interesa conocer no es la verdadera realidad, sino el ensueño que la envuelve; no es el mundo tal cual, sino la artificiosa fantasÃa de una ilusión. Con algo de Charlot y algo de Lazarillo, pero sin el aspaviento de don Carnal o la penuria del mÃsero, en los viejos pueblos y las polvorientas rutas que Sánchez Ferlosio magistralmente pinta, AlfanhuÃ, industrioso y andante, nos deleita.