Los historiadores, más atentos siempre tienden a narrar batallas geniales y trapisondas palaciegas, de ahà que nos pille un poco de sorpresa un catálogo como el que Pieter Coll presenta en la presente obra. Pero la verdad es que, en principio, no deberÃa sorprendernos demasiadoÂ… Al fin y al cabo, los «inventos» en cuestión responden a necesidades básicas de la vida diaria, que se le plantean al hombre a partir de un nivel determinado de su desarrollo social. Evitar el rigor del frÃo en el propio domicilio, dejar de subir escaleras o comunicarse rápidamente con un corresponsal alejado fueron, sin duda, aspiraciones tan lógicas en un ciudadano del Imperio Romano como hoy lo puedan ser en un vecino de Nueva York, de Londres o de Moscú. ¿Por qué no suponer que aquel antepasado nuestro de hace dos mil años supo encontrar una solución para las suyas?