La plácida espuma resbalaba burbujeante, lamiendo en fleco blanco la orilla. ProducÃa un tenue rumor cansino, perezoso, que invadÃa de confortable sopor a los cuatro jóvenes tendidos sobre la arena.
La playa diminuta tenÃa al fondo verdes pinos olorosos que ascendÃan por la ladera, hasta la cumbre del montecillo. A los lados, masas rocosas, pardas y rojizas, flanqueaban la riente concha.
Azul pálido en el cielo caluroso, intenso en el mar, y la blanca franja espumosa, formaban, con el pinar y las rocas, una paleta natural de colores que habÃa tentado a numerosos pintores.
Los cuatro jóvenes, con dos bicicletas tándem y sus ropas, habÃan erigido un simulacro de tienda de campaña, a cuya sombra se protegÃa una muchacha de larga melena rubia y piel blanquÃsima.
Llevaba una ancha pamela pajiza para resguardarse del sol. Sobre su bañador habÃa revestido un pantalón rojo que no le llegaba más abajo de las rodillas.
Era la única mujer del grupo. Los cuatro eran estudiantes de Bellas Artes en la Escuela de Nápoles.