Kirk Silverton, cuando no tenÃa ninguna investigación en curso, seguÃa ritualmente un horario. Abandonaba su despacho a las seis en punta de la tarde, atravesaba el Battersea Park, el puente del mismo nombre, y por Kings Road llegaba al café regido por una numerosa familia francesa.
A las seis y diez minutos, le servÃan el café con leche y las pastas especiales, que le recordaban momentos deliciosos, porque a cada instante surgÃa la alarma, y el riesgo era su constante compañero.
Más que una merienda, era un rito de evocación. En el año 1941, llevaba meses siendo un soldado de infanterÃa, cuando cierta oficina, se interesó por aquel soldado, que sabÃa dos idiomas a la perfección: el francés y el alemán.
Dos idiomas que los habÃa aprendido del mejor modo, tan naturalmente como se habÃa desarrollado. El francés porque su madre habÃa nacido en ParÃs, y luego se casó con un norteamericano, por lo que nació Kirk Silverton en Nueva York.