«Aunque se le quite a Shelley su fe sublime, su heroica abnegación, su amor a la justicia y su alto ideal, todavÃa continúa siendo uno de los mejores poetas de todos los siglos». Asà calificó la obra de Shelley otro gran poeta, Swinburne. Y la evidencia más esclarecida de estas afirmaciones se logra en esta especie de poema en prosa, escrita en 1821, un año antes de su temprana muerte, y publicada en 1941.
Porque aquà Shelley desnuda los tormentos de la creación, y sus glorias, en la medida que los valores de la belleza y la poesÃa impregnan la existencia del poeta. «Todo gran poeta —dice Shelley— debe inevitablemente innovar, respecto al uso de sus predecesores, la estructura Ãntima de su versificación particular. Todos los autores que son realmente tales, es decir, que son autores de revoluciones en las formas y en el fondo, son poetas porque son creadores».
No podÃa ser de otra manera, es cierto, en un poeta que llevaba a su vida misma los valores radicales que iluminaban también su poesÃa. Pero lo importante es que ha logrado en estas páginas ofrecer una especie de tratado de la poesÃa verdadera, al mismo tiempo que una visión interiorizada de su propia virtud creativa, que se ofrece todavÃa intacta al paso de las generaciones.