Desde las primeras lÃneas de Viaje de invierno, el singular microcosmos de Amélie Nothomb nos seduce y nos atrapa. La declaración del protagonista no admite refutación alguna: «Voy a hacer estallar el avión a las 13.30». ¿Un terrorista internacional? Ni mucho menos. ¿Un mártir religioso? Tal vezÂ… Pero la religión por la que Zoilo se inmola no es la musulmana, tampoco la cristiana, es el amor. Un amor total, incondicional, pues para Zoilo «no existe fracaso amoroso. Es una contradicción en los términos. Experimentar el amor ya supone un triunfo, tanto que podrÃamos llegar a preguntarnos por qué queremos más». El ansiado objeto de deseo de Zoilo es Astrolabio, una joven cuya existencia se centra en velar por la integridad fÃsica y la obra de Aliénor, una peculiar novelista. Pues, como su nombre indica, la escritora, aquejada de un peculiar autismo que la vuelve indefensa ante el mundo, es un verdadero «alien» glotón y baboso, que dicta sus novelas a su devota agente y cuidadora. La referencia autobiográfica está servida, ¿cómo no pensar en la excéntrica escritora belga y su peculiar relación con su hermana? Es asà como en este viaje de invierno volvemos a encontrar el deleite en los nombres propios a los que Nothomb consagra arduas investigaciones filológicas y la fina ironÃa, dirigida a veces contra sà misma. Y también la exquisita extravagancia en tramas y personajes que, como en los esperpentos de Valle-Inclán o el absurdo de Jarry o Beckett, hace de la obra de la belga un espléndido retablo sobre la vida, el amor y la muerte.