Tercer volumen de «Pijas y divinas», una saga gamberra y divertida, con una trama repleta de trampas, errores, quÃmica sexual, romanticismo y mucho erotismo.
Digan lo que digan, tener un affaire con un compañero de trabajo siempre sale mal, y si además yo soy la jefa, la situación es aún peor.
No me preguntéis por qué, pero es asÃ. Si un jefe se enrolla con una subordinada se entiende, se tolera, incluso se halaga y aplaude. Sin embargo, cuando el jefe es una mujer, se critica, se censura y si, al final la cosa acaba mal, es ella quien paga el pato. ¿Me equivoco?
De mà se dicen muchas cosas: que soy altiva, déspota, adicta al trabajo, metódica en exceso, inflexible..., pero no son más que halagos, por supuesto.
A pesar de todo cometà el error de mirar de forma poco profesional a Fernando. Si él se percató, no dio muestras de ello, y como ocurre el noventa y nueve por ciento de las veces, cuando alguien te gusta, te portas como una auténtica hija de perra. TenÃa el poder para hacerlo y lo hice. Mi lado más competitivo salió a la superficie y metà la pata.
Hace poco más de dos años organizamos en la empresa una fiesta para agradecer a mi padre sus años de dedicación y pasarme a mà el testigo. No era más que una maniobra de imagen porque, de facto, yo ya tenÃa las riendas. Una fiesta elegante, todos con sus mejores galas y, en un momento de torpeza inexcusable, se me volcó la copa y le manché el traje. Justo a él, no podÃa haberme pasado con otro invitado. No, fue con él.
Y allà ocurrió lo impensable...