No escribo ni un ensayo ni una obra de crÃtica.
Escribo con el corazón, en una intimidad confusa que fue la nuestra desde el dÃa en que nos encontramos.
A ti me dirijo, Fédor. ¿Qué podrÃa yo enseñarte sobre ti mismo? Tal vez esto: que un escritor no es dueño de sà mismo. Vives mezclado a mi sangre, tus preguntas están grabadas en mis neuronas. Nunca has sido un modelo en el sentido en que un artesano procede de sus maestros; tú eres más que eso, eres un soplo que yo respiro. No me gustan todos tus libros, no soy un devoto. Sin embargo, tú estás Ãntimamente unido a mi vida, de suerte que, antes de ponerme a escribir, he de situarme respecto a ti y establecer la buena distancia.
Yo soy, Fédor, una de tus criaturas. Empecé siendo uno de esos niños estupefactos que abundan en tus libros. Te encontré cuando tenÃa unos trece o catorce años, en Barcelona, pero te reconocà inmediatamente porque yo vivÃa en ti desde el momento en que nacÃ.
Tu nombre, Fédor, está impreso en la guarda de Tanguy, mi primera novela. ¿Quién podrÃa comprenderme mejor que tú?