El idilio entre Oscar Wilde y lord Alfred Douglas, alias «Bosie», figura con letras de oro en los anales del desorden amatorio. En 1895, el marqués de Queensberry, padre de Bosie, envió al club Albemarle una nota dirigida al «somdomita» [sic] Oscar Wilde. El aludido decidió entonces, y con el aliento de su joven galán, demandar por «calumnia» al enojado aristócrata y restaurar asà el honor que éste habÃa públicamente mancillado: de tan mÃsero modo estalló el mayor escándalo de la época y se selló la no menos miserable suerte del dramaturgo, que perderÃa el juicio y darÃa con sus huesos en la cárcel de Reading.Merlin Holland, nieto y biógrafo de Wilde, ha recuperado los hasta ahora inaccesibles autos del sensacional pleito y construye en torno a ellos un fascinante relato sobre la colisión entre el gran seductor y el mundo al que habÃa seducido con su palabra. «Nos cuesta imaginar el universo sin los epigramas de Wilde» ha escrito Borges, delatando tal vez la sensación (común a muchos lectores) de que el irlandés de la sentencia fulgurante era, por encima de todo, un inigualable conversador que también escribÃa. En este libro «oÃmos» por vez primera su conversación con una fuerza dramática (y retórica) no atenuada por la literatura. Wilde despliega aquà su indefectible agudeza sin enredarla en los artificios de la ficción, y su nieto transcribe lo dicho para dejarnos una «tragedia legal» comparable, según Thomas Wright, «al juicio de Sócrates narrado por Platón». Nada menos.