Stella tiene cuarenta y dos años, un divorcio a sus espaldas, un hijo de once años que vive con ella, y un bien pagado trabajo como asesora de inversiones. Entre sus haberes figuran una casa espléndida que ella misma ha diseñado, una cuenta de ahorros que no está nada mal, y un excelente estado fÃsico que cuida con la ayuda de su entrenadora personal. Pero a Stella le falta algo. No es exactamente sexo, pues aunque vive sola, de tanto en tanto lo practica saludablemente con algún amigo. Es, más bien, una vaga, difusa sensación de disconformidad general, como si en algún momento hubiera caÃdo en la trampa de una vida demasiado ordenada, demasiado previsible; como si hubiera vendido sus sueños de juventud por un puñado de lentejas. Abundantes y muy bien sazonadas y acompañadas de vinos excelentes, pero lentejas al fin. A los cuarenta y dos años, Stella ha perdido la marcha. Y un buen dÃa, cuando su hijo se va a pasar quince dÃas con su padre, Stella decide de repente ir de vacaciones a Jamaica. Irá sola y muy bien dispuesta, y no olvidará los consejos de su hermana Vanessa, que le ha recomendado calurosamente probar la buena afama de los jamaicanosÂ… Claro que Vanessa jamás osó imaginar que uno de esos jamaicanos seria el encantador Winston, alto, átlético, guapo, cultoÂ… y de sólo veintiún resplandecientes añitos de edadÂ…