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Si ya me conocéis sabréis de mi debilidad por Twain, y por ese mismo motivo no he podido dejar de sentirme sobrecogida al leer estas cartas (más de doscientas) de las que la gran mayoría son dirigidas a su esposa. No hay duda de que el género epistolar hace que el lector sea un mirón en potencia con respecto a las vidas que se narran en esas cartas; he disfrutado mucho leyendo las de Twain a su esposa, hijos y conocidos pero en el fondo no me ha abandonado la sensación de estar siendo una intrusa. Se ha creado tal clima de intimidad a medida que avanzaba en la correspondencia seriada cronológicamente, que ha sido un vaivén de emociones lo que he sentido. He reído con ese humor tan peculiar de Twain, he viajado con él por medio mundo y conocido desde hoteles de lujo y gente interesada hasta pueblos perdidos en la geografía donde Twain saca a relucir su mejor sarcasmo; he visto mediante cartas que podrán parecer aburridas, cómo se plasma algo tan cotidiana como los gastos de una casa o la zozobra por un trabajo... Pero lo que me ha dejado tocada es el dolor, el dolor que tan bien detalla tras la muerte de su hija y su mujer (curiosamente de la de su hijo de año y medio no se cuenta nada). En definitiva, toda una vida la que nos trae este libro. ¿Recomendaría este libro? Sí, sin duda alguna. Pero aconsejo tomarlo a pequeñas dosis, Twain es tan él, tan peculiar que no vas a poder resistirte a su influjo.