Un cuento apasionante de MartÃn Lutero de las mismas páginas de la historia.
Era medianoche cuando el grupo de caballeros abandonó la ciudad. Los cascos de los caballos repiquetearon en el empedrado de sus calles hasta atravesar el Rin, la antigua frontera entre el civilizado mundo de Roma y los bárbaros. No habÃan tenido tiempo para recoger el equipaje, tan grave era la amenaza que se cernÃa sobre el protegido del prÃncipe Federico de Sajonia, y no habÃa tiempo que perder. El grupo era reducido, sólo tres escoltas y el propio Lutero que cabalgaba torpemente sobre el caballo, poco acostumbrado a montar. El pobre monje se esforzaba por no retrasar el paso de su escolta. Mientras los fugitivos recorrÃan los campos próximos a la ciudad, sus habitaciones eran registradas por soldados del emperador Carlos. El capitán Felipe Diego de Mendoza se quejó: «Alguien les ha advertido, ahora tendremos que seguirlos por toda Alemania».