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La temporalidad de la trama fluye entre dos escenarios muy alejados entre sí tanto en lugar como en tiempo (el desierto del Génesis tras la expulsión del Paraíso y la Nueva York contemporánea). A medida que avanza el libro se van fusionando los saltos entre escenarios hasta hacer de esas dos situaciones aparentemente inconexas (salvo por la persistencia de Caín y Abel en ambos escenarios) una sola historia. Con una prosa poética potente, cargada de metáforas atrevidas y sentencias que chocan con el sentido común, Manuel Vicent elabora una crítica a la religión monoteísta. En esta novela, que bien podría clasificarse bajo el manto de la New Wave por su narración de la mitología bíblica de Adán, Eva, Caín, Abel y Dios de manera intencionadamente desfigurada, alternando la época del Génesis con las guerras contemporáneas que acaecen en el mismo territorio, lo que encontramos es que para este autor Dios no existe sino en la medida en que nuestro miedo lo alimenta. Afirmará en la novela sobre la existencia de Dios: Pero Dios ya sólo es nuestra ignorancia. O nuestro miedo. El enigma es un precio que hay que pagar. El Dios de Manuel Vicent es puro panteísmo. Dios se encuentra en el placer sensorial y en la totalidad de nuestras vivencias: desde las cosas más pequeñas hasta las cosas más grandes. Pero sobre todo en las pequeñas: un aroma o un sabor que marca tu memoria para siempre.