Comenzó a remover las cosas, buscando algo para tapar el agujero, y entonces, justo al mover unas cajas, sobre las cuales habÃa una vieja hacha herrumbrosa, la vio en el fondo de la última caja, recogida en sà misma, con sus redondos ojos fijos en ella. Una fijeza terrible, escalofriante.
Una sola rataÂ… grande.
Porque alrededor de ella, casi ocultas por el sucio pelaje del repugnante animal, habÃa más. Diminutas, inquietas, asquerosas como nada en la vida, las crÃas de la rata grande buscaban su alimento en la madre. Una madre de ojos brillantes, estremecedores, que estaban fijos, fijos, fijos, en los de Claudine Debré, que habÃa quedado petrificada, desencajado el rostro, desorbitados los ojos fijos, fijos, fijos, en los de la rata.