AllÃ, ante sus desorbitados ojos, el profesor iba rejuveneciendo cada vez más rápidamente. Fue un proceso increÃble, alucinante. En menos de cinco minutos después de haber comenzado, el señor profesor se fue irguiendo, pared a ensancharse, crecerÂ… Hasta que el proceso se detuvo.
Para entonces, la señora tenÃa sentado en el borde de su lecho a un hombre que no aparentaba más de treinta y cinco años. No podÃa hablar, no podÃa moverse. Algo extraño estaba sucediendo en su mente: era como si todos aquellos años pasados junto a aquel hombre, envejeciendo con él, no hubiesen existido. Era como si, de pronto, se encontrase de nuevo en el momento en que habÃa conocido al atractivo, interesante, apuesto profesor, justo en el momento en que se lo habÃan presentado aquellos amigos, en Portofino, durante aquel verano que fue tan hermosoÂ…