—Pero es que usted nisiquiera nos dice para qué vamos a ser inyectados, qué se espera de nosotros,profesor. —No quiero que sepan nada, afin de no mentalizarles. Me gustarÃa que sin saber nada nos fueran explicandosus sensaciones, eso es todo. Pueden aceptar o no, de modo que no vale la penaalargar más esta conversación. Los seis auxiliares cambiaronmiradas entre sÃ. La oferta era más que tentadora: veinticinco mil dólares acada uno por colaborar directamente en la culminación de los trabajos de loscuatro cientÃficos. Si los sumaban al buen sueldo que estaban percibiendo porsu estancia en el islote, podrÃan marcharse de éste con una pequeña fortuna.