El hombre no se ha elevado aún al pináculo que cree haber alcanzado; no ha merecido aún acceder a la posición presuntamente llamada cosmocéntrica. Esta idea, acariciada desde la antigüedad, que no consiste sólo en buscar culturas semejantes al hombre y aprender a comprenderlas, sino más bien en abstenerse de interferir en todo aquello que le es ajeno. Conquistar el espacio, sí, ¿por qué no? Mas no atacar lo que ya tiene existencia propia; aquello que en el transcurso de millones de años ha creado su propio equilibrio, que no es tributario de nada ni de nadie, excepto de las fuerzas de la radiación y de la materia.