Cuando Frank Harris se detuvo en la aduana de Buffalo-Niagara Falls, un gran chorro de vapor emergÃa por debajo del capot. Frank tiró el cigarrillo al ver aproximarse al vigilante que ordenaba los coches que llegaban a la frontera y frunció el entrecejo. Su humor era excelente aquella mañana. HabÃa almorzado delicioso jamón cocido con huevos y mermelada, habÃa hecho el camino con regularidad y habÃa gozado extraordinariamente con el bello panorama. Pero ahora debÃa mostrarse disgustado.