La práctica de la religión romana, sin dogmas ni especulaciones filosóficas, fiada sólo en la tradición de los mayores, penetraba tan hondo en la vida personal y en el ambiente del Estado de Roma que el ciudadano romano se hallaba siempre como inmerso en el ámbito de lo divino. En Dios vivÃa, y la divinidad ordenaba y guiaba sus actos, siendo constante testigo de todos sus pensamientos, palabras y acciones. Por eso el romano pensaba mucho y hablaba poco, y no empeñaba nunca su palabra más que ante el convencimiento de la verdad y ante la persuasión de que el mundo podrÃa desquiciarse, pero él no fallarÃa al cumplimiento de su palabra.
Esta observancia religiosa ponÃa con frecuencia al buen ciudadano en situaciones verdaderamente trágicas, en las que únicamente importaba atraer sobre el Estado la benéfica «paz de los dioses», aunque para ello tuviera el senado que entregar al enemigo sus propios generales, cuando en el ejercicio de su cargo habÃan delinquido.
La observación religiosa en los pactos y en los compromisos con los pueblos amigos o que le pedÃan protección y ayuda, llevó poco a poco a sus hombres, rigurosamente disciplinados, hasta los confines del mundo, conservando luego, bajo su poder o influencia, todas las tierras sobre las que habÃan caminado sus soldados.
Este volumen se ocupa de la religión romana, el culto privado y público, súplicas y sacrificios, sacerdotes, dioses y divinidades; y del ejército en las distintas épocas (mandos, fuerzas complementarias, medios y tácticas).