Sus maridos no las creyeron. Pensaron que el dolor de haber perdido a un hijo les hacÃa sospechar lo imposible: que aquellos doctores, que aquellas monjas sonrientes les habÃan quitado a sus bebés. Con el tiempo, muchas de aquellas madres se convencieron de que la desaparición de sus hijos obedecÃa simplemente a una fatalidad. Hasta que una de ellas habló, muchos años después, para recordar en voz alta aquellas dudas; y otra, desde otra ciudad, con otra edad, las compartió. «Nos dijeron que nuestros bebés habÃan muerto pero siempre tuvimos la certeza de que seguÃan vivos. Ahora luchamos por que se haga justicia».