«El Diario irlandés viene a ser una especie de punto de inflexión, una licencia nostálgica a caballo entre dos épocas: más allá de las ruinas y en vísperas inmediatas del milagro. Entre 1954 y 1957 Böll hace varios viajes a Irlanda donde reside actualmente largas temporadas y la sublima a su manera con un Diario como pretexto. Y digo como pretexto porque algunos capítulos (Los pies más hermosos del mundo, El indio muerto de la Duke Street) son, en realidad, narraciones intercaladas, y otros (Llegada, Despedida), ejercicios de estilo. En Despedida, por ejemplo, hay un cálido homenaje a Joyce disfrazado de pesadilla dublinesa. También se incluyen apuntes costumbristas (Cuando a Seamus le entran ganas de echarse un trago) y hasta un estupendo capítulo de práctica política (Sacando muelas). Con todo y ello el Diario irlandés es un libro hermoso y reposado, un Böll idílico, probablemente irrepetible». (Del prólogo de Víctor Canicio).