La memoria de Abraham es una cróica familiar inusual: comienza en el año 70 d.C. con la destrucció del templo de Jerusalem, y termina con el ghetto de Varsovia, en 1943. Son dos mil años de historia de una familia judÃa, pero también dos mil años de historia de todo el pueblo judÃo y aún más, dos mil años de historia occidental.
A lo largo de diecinueve siglos y de ochenta generaciones no son héroes sino seres comunes los que desfilan, inmersos en lo cotidiano de su época. Y si bien nos estremece el relato de las persecuciones de los judÃos y los pogroms reiterados, también nos enteramos de las peripecias de prÃncipes árabes que, con consejeros judÃos a su lado, se enfrentaron con los visigodos; de rabinos y sacerdotes cristianos que compartÃan salmos y banquetes, y de la població de ParÃs, que marchó por las calles para exigir a su rey el regreso de los judÃos, luego que Felipe el Hermoso los expulsara de la ciudad.
A través de épocas, culturas y escenarios diferentes hay sin embargo un protagonista permanente: el rollo de papiro en el que Abraham, el escriba, el primer Abraham de esta historia, da testimonio de la desgracia que ha caÃdo sobre su pueblo, y en el que sus descendientes continúan transcribiendo la cróica familiar. De escriba en escriba, y después de Gutenberg, de impresor en impresor, el papiro llega a manos del último Abraham del relato, el abuelo de Marek Halter, el que imprime un diario clandestino y muere en el ghetto de Varsovia.