En los papeles carmesÃes que empleó la CancillerÃa de la Alhambra, Boabdil —el último sultán— da testimonio de su vida a la vez que la goza o la sufre. La luminosidad de sus recuerdos infantiles se oscurecerá pronto, al desplomársele sobre los hombros la responsabilidad de un reino desahuciado. Su formación de prÃncipe refinado y culto no le servirá para las tareas de gobierno; su actitud lÃrica la aniquilará fatÃdicamente una épica llamada a la derrota. Desde las rencillas de sus padres al afecto profundo de Moraima o Farax; desde la pasión por Jalib a la ambigua ternura por AmÃn y Amina; desde el abandono de los amigos de su niñez a la desconfianza en sus asesores polÃticos; desde la veneración por su tÃo el Zagal o Gonzalo Fernández de Córdoba al aborrecimiento de los Reyes Católicos, una larga galerÃa de personajes dibuja el escenario en que se mueve a tientas Boabdil el Zogoibi, el Desventuradillo. La evidencia de estar viviendo una crisis perdida de antemano lo transforma en un campo de contradicción. Siempre simplificadora, la Historia acumuló sobre él acusaciones que se muestran injustas a lo largo de su relato, sincero y reflexivo. La culminación de la reconquista —con sus fanatismos, crueldades, sus traiciones y sus injusticias— sacude como un viento destructor la crónica, cuyo lenguaje es Ãntimo y apeado: el de un padre que se explica ante sus hijos, o el de un hombre a la deriva que habla consigo mismo hasta encontrar —desprovisto, pero sereno— su último refugio. La sabidurÃa, la esperanza, el amor y la religión sólo a ráfagas le asisten en el camino de la soledad. Y es ese desvalimiento ante el destino lo que lo erige en sÃmbolo válido para el hombre de hoy. Esta novela obtuvo el Premio Planeta 1990.
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