La chica, descendiente de armenios, poseÃa un rostro descarado de ojos negros muy vivos, con la nariz respingona. Se llamaba Dy; por lo menos, nadie la nombraba de otro modo, y habÃa que reconocer que el corto diminutivo encajaba a la perfección en su fÃsico, ligero y de una viveza de ardilla. Su aguda voz solÃa dispararse muy aprisa, como el gorjeo de un pájaro, y habrÃa sonado armoniosa sin las estridencias y desgarros de que a veces hacÃa gala cuando la muchacha se sentÃa acalorada, suceso bastante frecuente, por desgracia. En ocasiones Bill Seton se daba a todos los diablos y la llamaba al orden, pero Dy no se mordÃa la lengua. —¡Maldita avispa! ¿Callarás de una vez?