El sol batÃa con fuerza las bermejas aguas del rÃo Colorado. Este rÃo bravÃo, traicionero, hundido a cientos de yardas en algunos lugares, deslizándose impetuoso otras veces entre enormes roquedales que a modo de jaula le aprisionaban como si pretendiesen domeñar asà la fiereza de su brava corriente, y otras, corriendo manso y acariciador, entre bancos de arena, lamiendo amoroso las orillas pletóricas de álamos y sauces verdegueantes, mientras en su implacable correr iba en derechura al mar, para enfrentarse antes de terminar su carrera con las rojizas rampas del silente y angustioso desierto de Arizona.El vaporcito de ruedas que hacÃa la travesÃa desde la parte norte hasta Yuma, se deslizaba en zigzag por la ahora fangosa corriente del rÃo, para sortear sus traicioneros bancos de arena. El tambor de la hélice adosado al costado rugÃa como un pequeño monstruo encadenado y sus paletas batÃan el agua lanzando remolinos de sucia espuma, que Torchy Conant contemplaba con curiosidad como algo nunca visto y que le sugestionaba sin saber la causa.