La diligencia se hallaba detenida en el polvo de la senda en medio de un sepulcral silencio.
El mayoral se esforzaba en detener con la mano derecha el doble tiro de fogosos caballos que pateaban inquietos, ansiosos por continuar galopando como diablos por la polvorienta ruta, mientras su mano izquierda permanecÃa levantada en alto, sabiendo lo peligroso que podÃa resultar hacerle descender en algún movimiento sospechoso.
La media docena de viajeros que ocupaban el vehÃculo estaban descendiendo bajo el gesto amenazador del jinete erguido y apuesto, que con el rostro cubierto por una máscara negra esgrimÃa en sus manos el doble juego de sus negros revólveres de seis tiros.