Mientras el profesor corrÃa a la Embajada en busca de un auxilio que dado el número de enemigos con quien contendÃa el bravo Regis, iba a resultar hipotético, el arrojado auxiliar de Karus, sin arredrarse por el asalto de que era objeto, continuaba animoso con el cuerpo pegado a la pared para protegerse la espalda de un ataque traicionero, mientras su enorme y mortÃfero vergajo caÃa inflexible sobre las peladas y coletudas cabezas de sus enemigos, amontonando éstos en el suelo o haciéndoles huir entre berridos de dolor.
Pero la lucha resultaba harto desigual. Su peto-coraza le habÃa preservado contra varios cuchillos lanzados diestramente, pero ya algunos habÃan rozado su rostro y sangraba por una oreja.