Bartholomew Lampion vino al mundo el mismo dÃa en que murió su padre. Rodeado por el estigma de la desgracia, paradójicamente, Barty proyectaba una preciosa dulzura que a nadie dejaba indiferente.
Quizá fuera la entrañable figura de su madre Agnes la que pudo ahuyentar los fantasmas del infortunio que parecÃan perseguir al pequeño. La misma mala estrella que le harÃa perder ambos ojos a la edad de tres años y la misma que profetizaba —según la baraja española de la mejor amiga de Agnes—, la presencia de un poderoso y maligno enemigo.
Pero ¿qué hacÃa que aquel niño superdotado y cariñoso en extremo nunca cayera en el desánimo? Agnes desconocÃa casi todo sobre su hijo, pero presentÃa la existencia de sombras que acechaban en sus vidas: al igual que el inspector de policÃa Tom Vanadium, cuando hablaba sobre la forma en que cualquier acto, ya fuera bueno o malo, era capaz de alterar los colores del universo. Como el leve aroma que habÃa logrado convertir a Vanadium en un auténtico sabueso del horror.
El mismo olfato polÃaco que le llevarÃa a perseguir las oscuras sendas recorridas por el psicópata homicida Junior Cain. Un asesino obsesionado por un hombre: Bartholomew.