Escuchaba llorar, en la noche, trenes invisibles y hojas entiesadas agarrándose a uñas contra el suelo duro y congelado. Por todas partes aparecÃan ante nosotros hordas de perros peludos, hambrientos. SalÃan de portales lóbregos y se colaban a través de vallas estrechas de madera. Nos solÃan acompañar en tropel, silenciosos. De vez en cuando levantaban hacia nosotros sus ojos cansinos, tristes. Mostraban un extraño respeto para con nuestros pasos inaudibles, para con nuestros abrazos.