La filosofÃa académica a veces olvida que su disciplina no fue casi nunca completamente autónoma y diferenciada, sino una reflexión suscitada en el curso mismo de los intereses morales, estéticos cientÃficos y polÃticos. Lo que los filósofos hacen no es algo completamente ajeno a lo que son los hombres, o sus intereses o sus preocupaciones. Una filosofÃa considerada como arte —más en concreto: como acción retórica teatral— está en mejores condiciones que la elucubración monológica para comprender la vida de la que surge y a la que debe ayudar a aclararse. La fuerza de una filosofÃa bien relacionada con los demás saberes humanÃsticos, entendida como el arte de trabar y remitir, establecer vecindades y tejer vectores de sentido, logra ampliar el espacio situado entre la excesiva abstracción académica y la inmediatez irreflexiva. Esa atención medida, el equilibrio entre ingenuidad y estilo, la fuerza polémica aliada con la flexibilidad del temple humorÃstico, son lo que permiten entender la filosofÃa como arte. Un filósofo asà entendido no serÃa nada parecido a un funcionario de la humanidad, a un fontanero de la historia o a un mecánico del gran curso del mundo, sino alguien que trata de indagar en la cultura poniendo en ejercicio una razón que es ingenua, narrativa, discursiva y cómica. Éste es el intento de Daniel Innerarity y la justificación primordial de este libro.