«Por las frÃas y vacÃas pupilas se descolgaba un fino hilo de sangre. A sus inertes y afiladas agujas se aferraban los ojos de su vÃctima, ciegos, apagados. Eran dos pequeñas cebollas desnudas; sin piel. Es doble trofeo despuntaba obedientemente clavado a su arma. Ambas destilaban, aún densas, gotas de la sangre caliente de su madre.»