Se llamaba Milton Jarrod. HabÃa sido él la persona elegida, porque quizá nadie como Milton Jarrod podÃa ocuparse de una tarea semejante. Los que lo escogieron sabÃan lo que hacÃan. No actuaban, ciertamente, guiados por ningún instinto o por una corazonada. Ni tampoco al azar o guiados por simpatÃa alguna.