—Este pueblo, señor Fisher, fue ya morada de Satán, una vez.
Me volvÃ. Era Hertha Lehman quien habÃa hablado, con tono singularmente profundo y preocupado. La miré. Era una mujer sobria, inteligente y, tal vez, bastante culta. En su casa habÃa libros, un piano. Sacudà la cabeza.
—¿Eso lo dice alguna leyenda? —SonreÃ.
—Eso lo dice la historia misma de Scholberg —me rectificó ella con frialdad—. Allá en el año 1790, cuando pertenecÃa al Imperio AustrÃaco, el diablo eligió Scholberg para morar. Y aquà se llevaron a cabo espeluznantes orgÃas, sangrientos aquelarres y misas negras de terrible significado. Sólo que, entonces, el diablo adoptó un nombre para morar entre los humanos. Un nombre de ser viviente y mortal: el barón Jonathan von Jorg.* * *El aquelarre dantesco continuaba. Hombres, mujeres y niños, no eran sino espectros auténticos, macilentos, demacrados, ojerosos, con pupilas dilatadas, bailoteando en la nieve, ateridos de frÃo, amoratados sus labiosÂ…
Algo espantoso estaba sucediendo entonces, uniéndose al alucinante caos total.
¡Cadáveres a medio descomponer, cuerpos purulentos y hediondos, bailoteando entre la gente! ¡Esqueletos vivientes, cubiertos por jirones de carne podrida, grisácea, y por cabellos desmesuradamente crecidos, se movÃan en macabra danza por la calle principal!