Aquel cuerpo desangrado, perforado por agudas aristas de hierro con óxido, los ojos desorbitados, ante el horror sin lÃmites de la muerte, reconocible eradas a que no llegó a estrellarse en el asfalto hasta el aplastamiento total, pero contraÃdo grotescamente por la caÃda vertiginosa desde tantas yardas de altura, inexplicablemente entero y como consciente hasta su final dantesco, en un baño de sangre y horror... Y eso habÃa sucedido un domingo. Un domingo oscuro, nublado, sombrÃo, amenazando lluvia, bochornoso y con olores sulfúricos sobre la gran urbe...