Su alarido de horror infinito se estranguló en un estertor primero, en un horrible silencio después, cuando la forma de la noche cayó sobre él, le envolvió en un contacto mortÃfero, y un cuerpo frÃo y viscoso reptó sobre el yacente borrachÃn, en medio del sonido de una succión profunda y atroz, unida a un deslizamiento sinuoso, sutil, que mantenÃa electrizado al bosque entero, silenciado por el temor a la criatura llegada de lo desconocido.
Momentos más tarde, la forma cautelosa se despegaba del lugar donde cayera Paulo Carlos. Era sólo un cuerpo inerte, bañado en sangre, el que quedaba allÃ, con sus huesos reventados, con el cuello quebrado, el rostro amoratado, la boca goteando sangre por la fractura de sus costillas y tráquea, por los desgarros brutales de unos pulmones que parecÃan haber sido expuestos al anillo mortal de un gigantesco reptil, de especie desconocida.
Un reptil que ahora, extrañamente, se erguÃa sobre sà mismo, para dar la impresión de que caminaba como un ser humano, para sepultarse de nuevo en las insondables negruras de la selva amazónica.