Creo que nunca olvidaré el dÃa en que me visitó Lionel
Sothern. Tengo mis razones para ello. Razones que asombrarÃan acualquiera. Pero que, desgraciadamente, no puedo publicar con todo detalle, nien forma que haga creer a los demás en su realidad, en su existencia auténtica.
Por eso he renunciado a publicar reportajes, informes o cualquier otra formaperiodÃstica, puramente informativa para el público, y he optado por dar riendasuelta a mi inquietud en otra forma más idónea, en la que nadie pondrá excesivacredulidad y, por ello, quizá no haga daño a nadie. En realidad, cuando uno escribe un relato novelado, una obraliteraria, ¿qué piensa el lector? Que es todo ficción, todo puramenteimaginario, producto del autor, y nada más. Mejor. Que sigan pensando asà mis lectores. Será la forma deque nadie, absolutamente nadie, ni siquiera aquellos que tan directamenteestuvieron implicados en el drama, pueda reclamarme jamás cosa alguna, oexigirme reparación al daño moral que pudiera crearle con la publicidad de unoshechos escalofriantes y terribles, difÃciles de olvidar por quienes los vivimostan intensamente en aquellas fechas.