El alarido horrible se levantó en la noche. Fue como si un cuchillo escalofriante rascara las tinieblasque habÃa más allá del fuego. Como si algo fÃsico y afilado desgarrase laoscuridad de los tiempos tenebrosos en que aquellas criaturas vivÃan. En que,también, aquellas criaturas morÃan. De grado... o por fuerza. Los ojos humanos se desorbitaron como los de la fieraacosada que ve la muerte ante sÃ, y ésta, como la punta de una lanza brutal,desgarra sus entrañas, lanzándolas al viento helado del invierno áspero,solitario y cruel. El fulgor de las llamas encendió de colores y de luz surostro bañado en sudor. El cuerpo semidesnudo, de ropas desgarradas,lascivamente casi, se retorció entre cadenas y cuerdas. El pesado, macizo posteal que permanecÃa sujeta, no se conmovió por ello. No era fácil, dada sucorpulencia y firmeza en estar hincada a la áspera, dura tierra sacudida porlos frÃos vientos eslavos de diciembre.