Nos lo recordaba un lector en el Correo hace algún tiempo: la originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro. Una verdad como un templo. Probablemente no tendrÃamos a una Madonna de no haber existido mucho antes una Mae West, ni Dizzy Gillespie tocarÃa de esa forma de no haber perdido tantÃsimas horas de su juventud emulando los solos de Roy Eldridge. Y lo mismo ocurre en cualquier otro campo: el cine, la pintura, la fotografÃa, la literatura... y por supuesto el asesinato. Cuando uno analiza la labor del entrañable Ed Gein, puede cometer el error de catalogar sus artesanales obras (sillas forradas con piel humana, cráneos convertidos en tazones de sopa, un cinturón adornado con pezones femeninos, etc.) como algo absolutamente original e innovador, y en realidad Ed no descubrió nada nuevo. Cuando nuestro buen amigo descuartizó su primer cadáver, todo estaba dicho ya en esta materia, pero él supo darle otra apariencia a su trabajo. Ed aprendió a trabajar la carne muerta y crear objetos bellos leyendo libros que relataban las macabras costumbres de las tribus indÃgenas, y sobre todo, desguazando los artÃculos biográficos dedicados a la demente Ilsa Koch que caÃan en sus manos, Ilsa era una carnicera de la SS que en tiempos de la Segunda Guerra Mundial se divertÃa fabricando fundas de libros y lámparas con la piel de sus prisioneros, y que tenÃa por costumbre castrar a sus vÃctimas y guardar los penes en formol, como trofeos de guerra. Esas viejas historias fascinaban a Ed. El bueno de Eddie leyó una y otra vez los mismos textos hasta que por fin se atrevió a cometer las atrocidades que le harÃan famoso. Y su ejemplo servirÃa de guÃa para otro ilustre psychokiller, John Wayne Gacy, que entrarÃa en la leyenda siguiendo sus pasos. Asà pues, ni Gacy, ni Ed, ni probablemente Ilsa inventaron nada nuevo, pero lo que hicieron, lo hicieron con estilo, y por eso veinte o cuarenta años después de darse a conocer seguimos hablando de ellos.