Rubia, frágil, esbelta como un junco, con unos ojos azules de extraordinaria luminosidad, Maika Cowley, atravesaba el bosque a pie, saltando como un corzo. VestÃa pantalones largos hasta el tobillo, y el rubio pelo trenzado le rodeaba totalmente la cabeza.
Cruzaba saltando ante los leñadores y para todos tenÃa una frase afectuosa. Ellos la contemplaban arrobados, la decÃan adiós y la seguÃan con los ojos. Era aquella chiquilla, en los bosques, como una mascota. Y cada mañana y cada tarde, los taladores conocÃan la hora exacta del paso de Maika por cada rincón del bosque.