El auto se deslizaba por la autopista.
Y él, en vez de hacerle el amor a la chica que se sentaba a su lado, decÃa casi sin darse cuenta.
—Mañana mandará usted a buscar el auto. Basta que lo pida a un taller.
—SÃ.
A él le hubiera gustado preguntarle su nombre su edad, su profesión… Un montón de cosas. Y no preguntaba nada.
La miraba por el rabillo del ojo.
Le impresionaba mucho.
TenÃa un rostro mayestático. Unos ojos canela. Ya sabÃa el color. Canela claro. Seguramente que el rubio de su pelo era oscuro. Y tenÃa unas manos bellas. SÃ, muy bellas. Reposaban en el regazo, sobre el bolso de bandolera. Y si bien vestÃa de hombre, en contraste, parecÃa más femenina aún.